jueves, 4 de febrero de 2010

Camas urbanas

La leve brisa argentina que lograba entrar por la ventana ciega le despeinaba los ya despeinados rulos a Martín. Las sábanas aún dormían, tiradas en el suelo y agotadas tras las danzas nocturnas en las que se habían tranzado los amantes esa misma noche, feroces y en éxtasis.

Dio media vuelta y vio el contorno iluminado de Julia, desnuda, que dormitaba y respiraba y brillaba. Giró su mano para acariciar el perfil de sus cuchillas y de sus valles con la parte superior de sus dedos y la vio estremecerse una milésima de segundo como quien recibe una bocanada de aire helado.

La urbe iluminada de amarillo y sus suspiros matutinos ya se colaban entre los poros de la persiana de aquel refugio urbano: ni los seis pisos, ni la radio que insistía con la sensación térmica, ni Coco que ladraba en el living, ni el matrimonio cagándose a gritos al otro lado de la pared impedían que el murmullo entrara y retumbara y les cantara en aquella lengua semi-humana.

Martín se levantó, también desnudo, pero sin brillo y sin dormitar y más peludo que Julia. La habitación se expandía hasta donde veía y el sol hacía fuerza del otro lado en su intento de abrazarlos con su autoridad de astro milenario. Y la urbe; la urbe palpitante detrás de la ventana. Y la verga de Martín, también palpitante frente a las delicias del refugio que abandonaba, frente a la vitalidad que le proporcionaba dormir una noche con Julia, frente a la seguridad que le otorgaba su labor de amante cumplida, frente a la tranquilidad de haberse separado, de haberse extirpado la noche anterior de aquellos abismos de concreto y de cemento y de pavimentos y de vendedores ambulantes y de exposiciones y de trámites: la valía del que se esconde, del que decide refugiarse y decide perpetuar ese momento de tranquilidad.

Martín se quedó mirando la persiana, pero no pensaba: huía. Huía de aquello de lo que se había alejado y en lo que en cualquier momento se sumergiría. Miró y detectó su ropa en una esquina y fue tras ella. Y cuando estuvo en cuclillas, casi en posición fetal, propenso a caerse, medio dormido y con la espalda encorvada fue cuando Julia arremetió y subió la persiana y le dijo "buen día" y comenzó a brillar más y más.

Y el aire lodoso de la avenida que los invadió en el acto y la erección que bajó al instante y los afiches de Monkey Island y la Bersuit que comenzaron a vibrar de repente y la hija de puta que seguía brillando y brillando.

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