miércoles, 3 de febrero de 2010

Era de las irrelevancias

El apiñamiento virtual que nos propone Facebook y todos sus brillos azulados, sus sugerencias casi íntimas y su dedicada misión de conectarnos me hace pensar un momento en el fenómeno que se arremolina en nuestras pantallas cada vez que iniciamos sesión.

Primero, la posibilidad de salir del anonimato, de mostrarle a todos lo llenas de contenido que son nuestras vidas, el montón de lugares que conocemos, todos los amigos que tenemos y la cantidad de personas que nos quiere, que nos ama, que nos TKM y que nos etiqueta y que nos invita a salir y que nos vuelve a encontrar tras años de ausencia física. Pero lo más importante, amigos, es la gloriosa posibilidad de mostrarle a todos lo perfectamente compatibles que son nuestras vidas -meras construcciones digitales- con el molde colectivo que se nutre de la pluralidad tristemente homogénea que entre todos construimos en el afán erguir una ficción de aceptación ante las garras de la presión social que tanto nos atemoriza a todos. Esto me lleva al punto dos.

Segundo, la posibilidad de la ficción. ¿Qué es la realidad sino una construcción mental y qué es la ficción sino un ingrediente más de la realidad? Quizá esto propone dos cosas: la ficción no existe y la realidad es tan maleable como la ficción misma (un asqueroso círculo cerrado que gira en sí mismo). Entonces, deslumbrémonos con las posibilidades arquitectónicas que nos propone nuestra querida Facebook: ¿Qué me gusta? ¿Con quién me codeo? ¿Cuánta gente conozco? ¿Para quién milito? ¿Cuáles son mis valores y principios? Todo, mis estimados, una simple elección conciente completamente ajena a las experiencias empíricas y tangibles de las cuales Facebook hace caso omiso.

Tercero, la posibilidad de destruir el concepto mismo de distancia. ¿A quién le importa el no-contacto físico si cualquier cosa es transmisible por nuestros gastados muros? Vení, yo te llevo a mis viajes con mis álbums o te informo cada paso que doy en la urbe o te cuento la posición exacta en la que estoy, la posición exacta en la que estuve, la posición exacta en la que estaré y la posición exacta en la que me encontrarás esta noche. Eso, mi queridísimo lector, es destruir las distancias, develar la intriga de la lejanía e iluminar la oscuridad de la ausencia . Pero, claro está, la distancia --y la cercanía-- adquiere una nueva faceta: la faceta de la selección. Yo decido quién se me acerca y quién jamás lo hará. Con un simple clic te alejo y con otro simple clic te acerco a mi lado. ¡Pero qué ironía en esta trillada era de las comunicaciones!

Cuarto, la destrucción del estado mental íntimo y la exaltación de lo banal. ¿Qué estás pensando? ¡¿Que carajo estás pensando?! Vení, escribilo acá y contanos a todos que nosotros te lo aprobamos. Sí, te lo aprobamos. Lo leemos y ponemos que nos gusta. Ahhh, ¿no es placentera la aceptación colectiva? Mi vida es una trivialidad y lo comparto. Voy al dentista y se los cuento. Vuelvo de la facultad y se los comento. Me emboracho y me drogo un sábado a la noche y se los hago saber. Me voy a dormir y todos se enteran y me lo aceptan y les gusta. ¡Precisamente esa es nuestra capacidad de construir la realidad y plasmar sus protocolos y sus exigencias! Me encanta lo irrelevante de tu vida y te lo acepto, a cambio de que vos aceptes y te deleites con mis propias irrelevancias. Así son las reglas de nuestra red social imaginaria.

Pero lo último, lo más asquerosamente paradójico que me retumba en la cabeza y por lo cual debería ser ejecutado es lo que está por suceder. Casi cómico, casi delirante y patético, pero de alguna manera broche final de estas reflexiones: las comparto en Facebook.

1 comentario:

  1. ¡Jua, jua! Frase que leí por ahí, del bando opositor: "Que Facebook no una lo que la vida ha separado" =P

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