miércoles, 25 de enero de 2012

—Pero, ¿qué te pasa, exactamente?

—No es una cuestión de qué me pasa; te diría que es cuándo me pasa y cómo, cómo me pasa. ¿Viste ese instante misterioso en el que, por alguna razón, nos extirpan del sueño y la vigilia nos sacude con algún sonido quedo y con la luz trémula del amanecer sofocada por las cortinas de tu ventana? Es exactamente en ese momento cuándo me pasa. ¿Y cómo? Bueno, se manifiesta como un temor, una especie de miedo postonírico que me produce el hecho de encontrarme nuevamente en las corrientes del estímulo exterior e incontrolable del planeta, de vuelta en la postal del mundo de los despiertos. A ver, lo que quiero decir es que eso de dejar de lado y abandonar la estimulación mental y las construcciones cerebrales tan diáfanas del REM me llena de desazón. Te levantás entre las sábanas revueltas, con el sol en la cara y ese sabor fétido atrás de la lengua, con los ojos casi sellados y el pelo estático cubriéndote enmarañado el cráneo.

—¿Eh?

—Temo despertar porque despierto abrumado, como si el sueño se encargara de pasarme el cerebro por un tamiz durante la noche para decirme, después a la mañana: «Acá está, ésta es la pulpa que sobra, éstos son los residuos, el resto del que tenés que encargarte; y buenos días».