sábado, 6 de febrero de 2010

Salida de emergencia

La posibilidad de la huida lo tentaba. Sobrevolaba la ciudad y las miles de luces que comenzaban a nacer no eran suficientes para atarlo a la tierra de su padre y de su madre.

Se le configuraba la pertenencia nacional como estas líneas se le configuran, de a poco, al que las escribe: comenzaba con una epifanía, una necesidad de existencia, una masa abstracta e inestable. Luego, ese instante atemporal de reflexión y de mecanismos mentales silenciosos. Por último, el resonar de la acción, el vertiginoso momento de actuar, de admirar con crítica el engendro formado, el proyecto, el plan, el plano, el aeroplano que seguía sobrevolando Córdoba en aquel ocaso de rutina.

Y las nubes que se le transformaron en historia, en los años de montoneros, en los años de las torturas oscurecidas y de los goles mundialistas de la Capital: las décadas que le volaban a su lado y se zambullían en los confines del firmamento. La ciudad le disparaba los años enciclopédicos desde abajo y su habilidad de piloto inexperto se las ingeniaba para dejarse embestir. Y pum y paf y bum y la historia le martillaba la cabeza con millones de argumentos y excusas y recordatorios y bonos y deudas y esas cuestiones argentinas de las que tan poco entendía.

Y ahora la familia, que lo saludaba desde las terrazas de los edificios mudos y entristecidos. Los primos hermanos con los que no hablaban, su sobrina, su esposa diligente y los mellizos que le gritaban palabras enmudecidas por la altura. Todas cadenas que lo aferraban del talón a la tierra natal que tanto lo lastimaba. Pero la responsabilidad de padre formado a los golpes que de amor no entiende nada y menos aún de paternidad. Y el instinto que le dictaba lo contrario a lo que le dictaban sus necesidades.

Y el horizonte que a los gritos le decía que continuara, que destrozara las fronteras y continuara y dejara atrás Córdoba y sus terrazas llenas de familiares oblicuos, Santiago del Estero y sus argumentos sociales, Tucumán y sus históricos alegatos, Salta y sus turísticos destellos y chau Argentina, chau tierra natal, chau penas y chau glorias y borrón y cuenta nueva.

Y el aeroplano silencioso que surcaba el cielo y no lo oía. El piloto que lloraba era obviedad para el pájaro de metal y las nubes y el cielo cada vez más oscuro y el cableado de luz y el fuego y la caída salvadora en un abrazo de macho y máquina eterno.

viernes, 5 de febrero de 2010

¿Y quién sí?




La Di Da · Shaka Rock · Jet


jueves, 4 de febrero de 2010

Camas urbanas

La leve brisa argentina que lograba entrar por la ventana ciega le despeinaba los ya despeinados rulos a Martín. Las sábanas aún dormían, tiradas en el suelo y agotadas tras las danzas nocturnas en las que se habían tranzado los amantes esa misma noche, feroces y en éxtasis.

Dio media vuelta y vio el contorno iluminado de Julia, desnuda, que dormitaba y respiraba y brillaba. Giró su mano para acariciar el perfil de sus cuchillas y de sus valles con la parte superior de sus dedos y la vio estremecerse una milésima de segundo como quien recibe una bocanada de aire helado.

La urbe iluminada de amarillo y sus suspiros matutinos ya se colaban entre los poros de la persiana de aquel refugio urbano: ni los seis pisos, ni la radio que insistía con la sensación térmica, ni Coco que ladraba en el living, ni el matrimonio cagándose a gritos al otro lado de la pared impedían que el murmullo entrara y retumbara y les cantara en aquella lengua semi-humana.

Martín se levantó, también desnudo, pero sin brillo y sin dormitar y más peludo que Julia. La habitación se expandía hasta donde veía y el sol hacía fuerza del otro lado en su intento de abrazarlos con su autoridad de astro milenario. Y la urbe; la urbe palpitante detrás de la ventana. Y la verga de Martín, también palpitante frente a las delicias del refugio que abandonaba, frente a la vitalidad que le proporcionaba dormir una noche con Julia, frente a la seguridad que le otorgaba su labor de amante cumplida, frente a la tranquilidad de haberse separado, de haberse extirpado la noche anterior de aquellos abismos de concreto y de cemento y de pavimentos y de vendedores ambulantes y de exposiciones y de trámites: la valía del que se esconde, del que decide refugiarse y decide perpetuar ese momento de tranquilidad.

Martín se quedó mirando la persiana, pero no pensaba: huía. Huía de aquello de lo que se había alejado y en lo que en cualquier momento se sumergiría. Miró y detectó su ropa en una esquina y fue tras ella. Y cuando estuvo en cuclillas, casi en posición fetal, propenso a caerse, medio dormido y con la espalda encorvada fue cuando Julia arremetió y subió la persiana y le dijo "buen día" y comenzó a brillar más y más.

Y el aire lodoso de la avenida que los invadió en el acto y la erección que bajó al instante y los afiches de Monkey Island y la Bersuit que comenzaron a vibrar de repente y la hija de puta que seguía brillando y brillando.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Era de las irrelevancias

El apiñamiento virtual que nos propone Facebook y todos sus brillos azulados, sus sugerencias casi íntimas y su dedicada misión de conectarnos me hace pensar un momento en el fenómeno que se arremolina en nuestras pantallas cada vez que iniciamos sesión.

Primero, la posibilidad de salir del anonimato, de mostrarle a todos lo llenas de contenido que son nuestras vidas, el montón de lugares que conocemos, todos los amigos que tenemos y la cantidad de personas que nos quiere, que nos ama, que nos TKM y que nos etiqueta y que nos invita a salir y que nos vuelve a encontrar tras años de ausencia física. Pero lo más importante, amigos, es la gloriosa posibilidad de mostrarle a todos lo perfectamente compatibles que son nuestras vidas -meras construcciones digitales- con el molde colectivo que se nutre de la pluralidad tristemente homogénea que entre todos construimos en el afán erguir una ficción de aceptación ante las garras de la presión social que tanto nos atemoriza a todos. Esto me lleva al punto dos.

Segundo, la posibilidad de la ficción. ¿Qué es la realidad sino una construcción mental y qué es la ficción sino un ingrediente más de la realidad? Quizá esto propone dos cosas: la ficción no existe y la realidad es tan maleable como la ficción misma (un asqueroso círculo cerrado que gira en sí mismo). Entonces, deslumbrémonos con las posibilidades arquitectónicas que nos propone nuestra querida Facebook: ¿Qué me gusta? ¿Con quién me codeo? ¿Cuánta gente conozco? ¿Para quién milito? ¿Cuáles son mis valores y principios? Todo, mis estimados, una simple elección conciente completamente ajena a las experiencias empíricas y tangibles de las cuales Facebook hace caso omiso.

Tercero, la posibilidad de destruir el concepto mismo de distancia. ¿A quién le importa el no-contacto físico si cualquier cosa es transmisible por nuestros gastados muros? Vení, yo te llevo a mis viajes con mis álbums o te informo cada paso que doy en la urbe o te cuento la posición exacta en la que estoy, la posición exacta en la que estuve, la posición exacta en la que estaré y la posición exacta en la que me encontrarás esta noche. Eso, mi queridísimo lector, es destruir las distancias, develar la intriga de la lejanía e iluminar la oscuridad de la ausencia . Pero, claro está, la distancia --y la cercanía-- adquiere una nueva faceta: la faceta de la selección. Yo decido quién se me acerca y quién jamás lo hará. Con un simple clic te alejo y con otro simple clic te acerco a mi lado. ¡Pero qué ironía en esta trillada era de las comunicaciones!

Cuarto, la destrucción del estado mental íntimo y la exaltación de lo banal. ¿Qué estás pensando? ¡¿Que carajo estás pensando?! Vení, escribilo acá y contanos a todos que nosotros te lo aprobamos. Sí, te lo aprobamos. Lo leemos y ponemos que nos gusta. Ahhh, ¿no es placentera la aceptación colectiva? Mi vida es una trivialidad y lo comparto. Voy al dentista y se los cuento. Vuelvo de la facultad y se los comento. Me emboracho y me drogo un sábado a la noche y se los hago saber. Me voy a dormir y todos se enteran y me lo aceptan y les gusta. ¡Precisamente esa es nuestra capacidad de construir la realidad y plasmar sus protocolos y sus exigencias! Me encanta lo irrelevante de tu vida y te lo acepto, a cambio de que vos aceptes y te deleites con mis propias irrelevancias. Así son las reglas de nuestra red social imaginaria.

Pero lo último, lo más asquerosamente paradójico que me retumba en la cabeza y por lo cual debería ser ejecutado es lo que está por suceder. Casi cómico, casi delirante y patético, pero de alguna manera broche final de estas reflexiones: las comparto en Facebook.

lunes, 1 de febrero de 2010

¿Quién sigue después de mí?

Siguiente.
Si camino prudente, es porque así me han enseñado a hacerlo. Alzo mis brazos y esto ofrezco: disciplina, paciencia y atormentado silencio. Ofrezco un respiro en el desierto, un callar discreto. Ofrezco lo que sé ofrecer, ajeno a lo que quiero. ¿Y qué hacer con la pasión que me carcome por dentro? Pero los reflectores de este escenario arden más intensos. ¡Pero si sólo se debe ceder y callar! ¡No, es así! ¡Sencillo por demás!
Siguiente.
Éste es mi pensar, con él me destinaron a nacer. ¡Háganlo florecer! Así lo desean las tormentosas nubes que se acumulan. Yo muero y me desplazo cual ola que abraza el continente.
¡Que le nazcan flores en el cerebro, se los está pidiendo! Así lo ordena la Madre Tierra. Muere y nos canta una canción que susurra:

Era una sofisticada canción;
en la bahía la vieron nacer,
en un remolino de corales caer.

Siguiente.
Yo no he aprendido a respirar; yo digo lo que dicen; la jaula de bronce: ¿me taparán esta vez los barrotes aquel amanecer que nace tras las afiladas celdas?
Siguiente.
Sí,
intentan
guiarnos.
Unos
impresionan,
estremecen.
Nunca
taciturnos,
elocuentes.
¡Siguiente!
¡La vida es una audición! ¿Dónde esconde el guión, Director celestial? ¿Dónde? ¿Duerme entre las constelaciones del firmamento, en la sabia de un árbol, en el respirar de un flamenco, en la escarcha de mi ventana? ¿Dónde está? ¡No lo veo y no me he memorizado el próximo parlamento!

¡Siguiente, siguiente, siguiente!

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Escrito en julio de 2009

Las lágrimas rojas

"Se pregunta qué habría sido de él, qué vida tendría, si la comandante Silvia lo hubiera tocado, si en vez de limitarse a ofrecerle el tazón de sopa le hubiera acercado una mano a la cara y metido dos dedos en la boca, si le hubiera hundido la lengua y explorado el lado de adentro de los labios, las encías, las paredes carnosas de la boca, si en vez de tenerlo ahí parado, con alfileres entre los labios y el centímetro alrededor del cuello, lo hubiera obligado a meterle una de sus manitos de niño abandonado hasta el fondo último, húmedo de la concha. [...] Ya no llora. Siente una congoja seca, áspera, como si una espátula lo raspara por dentro. Es simple: no ha sabido lo que había que saber. No ha sido contemporáneo. No es contemporáneo, no lo será nunca. Haga lo que haga, piense lo que piense, es una condena que lo acompañará siempre".

Historia del llanto, Alan Pauls.
Anagama 2007