jueves, 16 de diciembre de 2010

Pena que pende

Y


era un hombre que absorbía la tristeza. El cielo lanzaba sus lacayos entristecidos y él los hospedaba. Los miraba con atención y succionaba las lágrimas y trenzaba los pelos desaliñados. Vuelta al paraíso y él vuelta a sus tormentos. Se arremolinaba la vida sobre su techo; bajaban las estrellas por la araña que no se movía. Pero nada lograba iluminarlo.


Y ahora,


mira morir la noche y siente morir su dicha. No puede con el mundo y el mundo puede con él. La muerte hace llorar a ella y luego a él, pero el consuelo sólo llega definitivo a un alma. La otra queda sumida en sus lágrimas cristalizadas. ¿Por qué sucede si la vida es dicha y pena, pena y gloria, risa y tedio? El equilibrio se burla de él, le regala aquellos días de felicidad infinita para luego arrebatársela de un golpe que lo hace caer y rodar por la avenida que muere al final de las vías.


Y aún ahora,


ya no sabe por qué llora, pero lo hace. Ya no sabe por qué pende una soga del firmamento, pero la sujeta. Salto mortal y salto de fe. Se hunde en la frescura del cielo, lo acarician las palomas dormidas y los murciélagos en vigilia y el celular lo devuelve de la dicha a la vida. Y las penas lanzan sus capullos y la rutina enraíza sus pesares. Y no sabe nada, nada, nada.


Y aún así,


la vida avanza y le dice que siga, siga, siga.

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